No te veo, mujer

Como, por un lado, a mí, la RAE me la refanfinfla, tal que salta a la vista, y tanto por la parte de los más doctos -y vagos, y apegados al polvoriento sillón- ellas y ellos, ni digo siquiera respecto a la de los más ignaros de la lengua entrados en la casa por razones ajenas a la misma y a mayor gloria de lo que fuera que haya sido, como, por el otro, me la refanfinflan al tiempo los defensores de las guías agramaticales a la procura de que no se nos invisibilice a las mujeres desde que alguien abre la boca hasta que la cierra, puesto que estos atacan lo más íntimo de mis entresijos lingüísticos y me ahogan, ya no solo sus oes, sus aes y demás sutiles orientaciones, sino los juegos y trabalenguas, visibilidad/invisibilidad, visibilización/invisibilización, que he llegado a leer -fermosuras en las que no sé si habrá reparado el académico don Ignacio Bosque y los otros 27 que no solo lo apoyan, sino que aun lo subscriben-, voy a imponerme la tarea de, tras haber dejado enfriar el combate entre académicos y chistosos, explicar sucintamente cómo veo la cuestión, y no porque la haya, que qué va, sino porque se ha hecho cuestión de ello y desde luego como mera espectadora del asuntito, porque no querría despacharla con solo un refunfuño, dos palabras soeces y un triple y concreto desprecio, es decir, a ellos, a ellas y a ello.

Bajo estas líneas, figura la entrada del DRAE para el meollo del asunto, la palabra que lo nombra, visibilizar -seleccionado el verbo por su economía fonética, sin duda-, gracias a la cual sabemos, a priori, que las mujeres somos: a) seres que no pueden verse a simple vista, como los cuerpos ocultos o los microbios, y b) seres que han de verse por medios artificiales, producto del ingenio del hombre, es decir, no naturales, falsos, etc. Duele el significado y duele su contrario, invisibilizar, qué decir de visibilización/invisibilización. Si el objetivo era lograr que las mujeres saliéramos de la ancestral invisibilidad en el lenguaje, que por fin se nos viera, tengo para mí que, en adelante y pese a las buenas intenciones de los vocablos blandidos en esta contienda y aun otros que han de quedar por llegar, temo que va a hacernos una sombra cruel ese alegre barroquismo del lenguaje, que es de lo que no trató el académico señor Bosque, sin embargo, con el espaldarazo de sus colegas. Y desde luego, lo aportado por otros es cualquier cosa menos desear que se nos vea porque ya estamos o porque vayamos a estarlo gracias al lenguaje.

visibilizar (drae)

1. tr. Hacer visible artificialmente lo que no puede verse a simple vista, como con los rayos X los cuerpos ocultos, o con el microscopio los microbios.

Así, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, que qué va a decir el pobre, siendo pilarista por la parte de su educación y habiendo estado en la UCD y en el sector privado de empresas de sondeos de opinión y análisis de audiencias por la deseducadora, ha dicho: «Una llamada al sentido común y buen sentido. Una de las funciones de las academias es aclarar este tipo de cuestiones». ¿Qué les decía? Algún académico, alguna fémina común, ¿han tenido a bien preguntarle al ministro la diferencia entre sentido común y buen sentido, ese matiz concreto que guardará in péctore? O Consuelo Císcar, la directora del IVAM en València, pero directora del IVAM por esposa de Rafael Blasco, su hombre en el PP con quien tanto quiso y aun sigue queriendo: «Todos tenemos que hacer una reflexión profunda sobre las razones que hacen que la igualdad no avance al ritmo que debiera». Me consta que Consuelo Císcar dedica fin de semana, sí, fin de semana, no, a reflexionar sobre el asunto. «El lenguaje es el elemento que más influye en la formación del pensamiento en el ser humano, lo que deriva en la construcción de esquemas mentales, estereotipos y conceptos abstractos con los que nos desenvolvemos en la vida diaria», afirma por su parte Nuria Manzano, secretaria de Igualdad de la UGT en Madrid. «Por lo tanto, un habla sexista influirá en tener un pensamiento sexista», colige. Ahí queda eso para los teóricos del lenguaje y el pensamiento, los Jakobson, los Piaget, los Chomsky, etc. «La desigualdad entre mujeres y hombres está enraizada en las actitudes y comportamientos sociales», opina Carmen Plaza Martín, licenciada en Derecho, pero Directora General para la Igualdad de Oportunidades del Ministerio de Sanidad y Servicios Sociales e Igualdad (¡ese lenguaje, señores académicos, una regañina, qué menos!) «Uno de ellos es la representación social de las mujeres y el lenguaje es una forma de representarlas. Siempre se ha defendido la necesidad de que las mujeres se hagan visibles, también en el habla. Nombrarlas es una manera de asignarles un lugar en la sociedad, de darles el protagonismo que a lo largo de los últimos años han ido adquiriendo. De ahí la necesidad de usar un lenguaje que se ha llamado inclusivo, siempre desde el respeto a la gramática». Lenguaje inclusivo desde el respeto a la gramática. Tenían que haberla nombrado embajadora de algo pero en el extranjero, y por qué no Embajadora del Lenguaje Inclusivo por Consenso de las Partes Litigantes.

Toda esta buena y al tiempo enredadora gente, aparte de que habla porque tiene lengua, olvida, o ignora más bien, que cuando cambie la realidad de las mujeres o para las mujeres, el lenguaje cambiará. Porque el lenguaje refleja y mienta lo que hay, ¿o no? En este sentido, ¿recuerdan la velocidad vertiginosa con la que se suceden los eufemismos que nombran realidades que repugnan en el sentido que sea, son tabúes, por ejemplo, la brutal de los esclavos que hemos sido y que volvemos a ser, que hasta el amor termina regresando? ¿Y por qué? Porque el significante se tiñe de inmediato de la realidad evocada. Y así, entre miles y aun millones de ejemplos, el retrete, inodoro, aseo o baño, que no es lo mismo, pero sí en el caso al que voy. Las mujeres, las damas, tenemos, como los caballeros, la fea costumbre de miccionar, fea razón por la cual el lugar en el que se micciona llegó a ser llamado jardín. Cuando una dama de disculpaba por ir a salir un instante a respirar al jardín, de inmediato los prójimos sospecharon que, como mínimo, iba a orinar. Y así, jardín dejó de funcionar cuando ellas, incluso ellos, fueron conscientes de que el asunto transcendía su intimidad; hubo que cambiar, pues, aquel jardín en el momento mismo en que sonó a retrete o excusado, ‘excúsenme’. Y miren que dejo atrás una montaña de palabras inservibles, porque todo piadoso eufemismo termina, y en muy poco tiempo, por designar una realidad tan terca como todas, lo que hay, y por lo tanto resulta tabú para los remilgados oídos de ellas y de ellos, con perdón. Las mujeres, como los varones, seguimos miccionando, así se le llame al lugar en el que se micciona rosal francés o catarsis griega, pero hemos juzgado inadecuado levantarnos durante un almuerzo diciendo ‘voy a orinar’. En el momento actual, solemos decir ‘perdón’ sin más, al tiempo que nos levantamos de la silla. Así que bien podría ocurrir que el aseo terminara por llamarse ‘perdón’: voy un momento al perdón, perdón. Sabemos cómo se las gastan los eufemismos, los diversos campos que exigen con urgencia ser rebautizados porque se nos hicieron tabúes los nombres anteriores, resultan disfemísticos. Lo que evocan o mientan, esa realidad terca, vuelve a molestar a unos y a otros.

¿Están dispuestos los señores académicos, los políticos, los escritores, los periodistas, los diversos cargos, los decidores en general de guías para féminas o para machotes a provocar otra realidad para las mujeres? ¿O más bien a solo a enmascararla, a jugar a que se cambia la realidad al cambiar lo que la mienta, a fabricar una realidad lingüística ad hoc que no sirve más que para destruir la lengua? Tal parece, a juzgar por lo que van diciendo. Así que, como mujer, les rogaría que dejaran de arrullarnos el oído y se apresuraran a reclamar, al menos a apoyar con todas sus fuerzas, entre tantas otras cosas, los derechos que ya teníamos y que pretende liquidar ahora de un plumazo el PP, y como iglesia que es, al viejo modo paternalista, hipócrita y aficionado a hablarnos bobo a fuerza de sojuzgarnos. Y las mujeres, la parte interesada, ¿a qué estamos dispuestas? ¿Estamos dispuestas a abandonar ese papel incómodo, pero muy cómodo aún para muchas, de dejarnos amparar, proteger y dirigir por los varones? Y sobre todo, ¿seremos capaces de dejar de preocuparnos por cuantos dependen de nosotros? ¿Dejaremos de cuidar y de atender a los seres más débiles, hijos y ancianos, e incluso al débil compañero, para ir solo a lo nuestro, ya que ni los varones, ni las instituciones de los sucesivos gobiernos parecen estar por la labor de apartarnos para ponerse ellos, en esto, de ninguna manera? Porque me da que, si no somos capaces nosotras, ellos, como es incluso lógico y coherente aunque nos irrite, seguirán aparentando que nos protegen sin protegernos, o más bien todo lo contrario, mientras en la realidad de cada día se dejan cuidar por nosotras para ir por lo suyo, razón por la que ‘están’ en la realidad y ‘están’ en el lenguaje, los vemos y deciden qué toca hacer y de qué toca hablar en cada momento, en este concreto, de la visibilidad de la mujer en el lenguaje. Pero no vayan a creer que surgió espontánea esa exigencia de que no se nos invisibilizara, por Dios. Es que se aproximaba el Día Internacional de la Mujer y había materia. Es decir, yendo a lo suyo, pero no solo ellos, muchas ellas.

Algo muy concreto que leí en El País la víspera de ese día: «El presidente de la Asociación de la Prensa de Granada, Antonio Mora, ha dimitido tras la polémica creada por su intento de agresión a una joven que protestaba contra una exposición sobre Israel».  «El suceso ocurrió anoche durante la inauguración de la exposición 25 años de relaciones diplomáticas España-Israel.  La chica, de la Plataforma en Defensa de los Derechos del Pueblo Palestino, interrumpió el acto Y MORA SE LEVANTÓ DE LA MESA, SE SACÓ EL CINTURÓN DEL PANTALÓN Y CAMINÓ HACIA LA JOVEN CON ÉL DOBLADO Y EN ALTO. AMAGÓ CON PEGARLE. La joven exhibía una bandera palestina». Las mayúsculas, y el pasmo, todo míos. Y conste que le costó dimitir, no digo al mono desnudo, digo a la mala bestia.

Mientras un mono desnudo, no, una mala bestia, tras un comportamiento así y aun infinitamente menor, público y obvio, no vaya directo a la cárcel y permanezca en ella el tiempo que juzgue una juez, una jueza, lo que se me diga -pero jamás un juez, al menos, no, de momento-, de probada salud mental y probado respeto a la ley, asimismo seleccionada por sufragio universal, tampoco, sino de solo mujeres del colectivo juezas, considero que habérselas con la visibilidad de la mujer en el lenguaje para cambiar la realidad es una coña para entretenimiento de seres menores, varones o mujeres que fueran estos.

Lo ocurrido me llegó mediante el lenguaje, por supuesto, y vean que nítidamente macho, si selecciono palabras macho: «… Se sacó el cinturón del pantalón, caminó hacia la joven con él doblado y en alto, amagó con pegarle». No me digan que el lenguaje no deja ver quién, o qué clase de salvaje, manda aquí con claridad y en todo asunto. Considerando solo el lenguaje, ¿cambiaremos la realidad? No. Son milenios y deben de quedar aún milenios por delante hasta que los machos, los más de ellos, alcancen a estar a la altura de las mujeres. De momento, encerrar bajo siete llaves a los más peligrosos. Por eso habremos de pelear las mujeres. ¿Lo haremos con la paciente y estúpida arma de ‘los padres y las madres’, ‘los niños y las niñas’, ‘el novio y la novia’, ‘compañeros y compañeras’? No me hagan reír.

El que fue nada menos que Presidente de la Asociación de la Prensa de Granada, es decir, el guapo de todos los cuentos, en acción, aquí:

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/03/07/andalucia/1331129926_678026.html

Un comentario en “No te veo, mujer

  1. De todo cuanto he leído estos días sobre ese elitista mirarse el ombligo entre los señores académicos y las feministas de pro –que ya hacen falta ganas de distraerse con estas cosas con la que está cayendo en recortes de derechos y libertades- esto es lo único sensato y racional que he leído al respecto.

    Estoy totalmente de acuerdo, no es el lenguaje el que cambia las actitudes, son las actitudes las que cambiaran el lenguaje. Cuando a un sarao de cualquier tipo se invite a directivos y cónyuges en lugar de a directivos y señoras, será porque hay tantas mujeres en las direcciones de las empresas como hombres. Que ya es sabido que la igualdad se habrá conquistado cuando en los puestos dirigentes públicos o privados haya tantas mujeres incompetentes y cabronas como hombres hay en la actualidad.

    De manera que muchas gracias por este post lleno de ironía, de sapiencia lingüística y de sabio conocimiento de la realidad. Moitas gracias irmá.

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