Bachillerato FINDE

Absolutamente pasmada, acabo de leer en primera plana de uno de mis diarios preferidos -tres si soy generosa, dos, si justa y equitativa-, lo que sigue. «Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra, angustia de las gentes confundidas a causa del bramido del mar y de las olas, desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra, porque las potencias de los cielos serán conmovidas» (Lc 21:25-26)

Cierto que lo expresa mucho más a la pata la llana. Literalmente dice:

«Educación flexibiliza el curso escolar: da más libertad a los centros para evaluar a los alumnos y a las comunidades para modificar los criterios de promoción y titulación.

El Consejo de Ministros aprueba un Real Decreto para permitir la contratación de profesores sin el máster de Secundaria; se aprueban varias medidas encaminadas a dar más libertad a comunidades y centros educativos y se carga las reválidas de Wert»

¿Educación flexibiliza? Ah, pero, entonces, era posible flexibilizar aun más, ¿lo veis?  ¿Y cómo es que no se hizo antes, Cristo Redentor? ¿Acaso había que esperar la excusa de una pandemia, como si nuestros mandatarios fueran aficionados a pescar en aguas revueltas?  ¿Y además permite la contratación de profesores sin que tengan en su haber el Máster Universitario en Formación del profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato? ¡Pues, cómo y por qué no iba a permitirse, gran Dios! ¿Para que diantre nos servía en el viejo orden ido una licenciatura a secas, un doctorado mondo y lirondo, unas oposiciones reñidas e incluso limpias, pudiendo hablarse de grado y muy en especial de un máster del que puede prescindirse alegremente, tamaña exigencia inútil que, por cierto y entre otras, nos estaba impidiendo el sumo bien de colocar como profesor en la Enseñanza Pública a nuestros queridos familiares, próximos o remotos, a los buenos amigos, a esa gente a la que hay que devolverle un favorcillo, al amable vecino o al entrañable conocido, a los benefactores en general, cuando en la privada es algo que viene ocurriendo desde antes que el universo fuera una nebulosa en la mente del Sumo Hacedor?

Llevo años jubilada, y mucho, pero mucho antes de que hubiera ocurrido tan gozoso hecho -tras haber apurado cuantas oportunidades lo retrasaban, también es cierto-, ya venía consolando y advirtiéndoles yo a mis sufridos y esforzados alumnos de bachiller de aquesta guisa: no os preocupéis, queridos míos, antes de que vuestros hijos tengan que llegar a soportar tan rigurosa exigencia, tanta crueldad y sadismo, habrá salido la Orden que considere que no solo es deseable, sino posible y el no va más de creatividad, cursar el bachillerato en un largo finde en la playita o durante una lúdica e inolvidable acampada. ¿Os jugáis algo? Veamos, os lo argumento en un abrir y cerrar de ojos. El bachillerato de mi padre duraba siete largos e intensos años de estudio y finalizaba siempre que se superara en la universidad la muy temida, y con razón, Prueba de Estado; el mío, seis, con dos reválidas y un curso Preuniversitario a superar, tras superado en el Instituto, en la universidad; el de mi hijo,  BUP, tres, más el Curso de Orientación a la Universidad, seguido de la correspondiente Prueba de Acceso a la idem -PAU-, y el vuestro, ya veis, un par, más la dichosa PAU, con un porcentaje de aprobados muy por encima del 90%. ¡Aquí pau i després glòria!

¿Cuánto tiempo creéis que tardará en llegar el requiescat in pace definitivo, es decir, en implantarse el bachiller FINDE, eh? Y como solía tratarse de algo más que una pregunta retórica, me oía decir -sin escucharme siquiera, fíjense, algo que sin duda ha de confundir las entenderas del profesional común de cualquier medio de incomunicación- gracias a esa capacidad intuitiva con que me nacieron: al menor despiste que nos permitamos por entretenimiento mayor. Y aun hube de morderme los labios para no decir calentamiento global a lo bestia, tsunami, hambruna, pandemia, ni hablar; sabía, con ese saber que proporciona el aula vivida de la infancia a la sepultura, que bastaba el vuelo de un mosquito común.

Llegado el momento, pues -continué-, dejarán de castrar por fin nuestra nunca lo bastante ponderada capacidad de ser diferentes, simples, felices, creativos, imaginativos, soñadores, emprendedores… en una palabra, cuanto vienen persiguiendo y reivindicando desde ni recuerdo ejércitos de eximios pedagogos, psicólogos, sociólogos, psiquiatras, metafísicos, poetas, raperos y chistosos en general y en el mejor de los sentidos.

Como ejemplo de los beneficios y bienes que sobrevendrán, vayamos a un anticipo en la entradilla de la noticia. ¿No dice, o sin gafas leo mal, que «se carga las reválidas de Wert»? ¿Habéis oído, dulces pájaros de juventud? ¡Se carga las reválidas de Wert! Dejad a Wert todo aparte, era un tipo raro del Partido Podrido empeñado, allá por 2012, en españolizar Catalunya. ¿Quién se acuerda de todo aquello? Vayamos al grano o medula de la cuestión. ¡Se carga las reválidas! Se carga, cony, se carga… ¿Acaso no veis en ese «se carga» un presagio de lo que podrá llegar a ser? Cualquiera de mis alumnos que hoy escribiera «se carga», en ese contexto y con ese significado, recibiría la dura amonestación de esta desorientada maestra decimonónica y el consabido puntito menos por uso inadmisible del registro coloquial o prácticamente vulgar en la redacción formal de una noticia.

E incluso, si no estuviera estúpidamente jubilada, me habría dirigido a cualquier alumno de 1º de bachiller para preguntarle: a ver, tú mismo, Joan: ¿qué habrías escrito donde ese «se carga»? Imagino al pobre muchacho titubeando y sudoroso por temor a equivocarse: _Mmm… No sé, Luisa… ¿Se suprimen? ¿Se eliminan? ¡Cuánto inútil sufrimiento en pleno siglo XXI! Por fortuna, tal que acabamos de ver y venimos viendo desde hace un montón de años, todo periodista que se precie ha abandonado definitivamente el uso esforzado y cuidadoso de su lengua en pro de querer aparentar con toda modestia que no escribe un señor cuyo oficio es escribir, sino alguien que pasaba por allí y tuvo la deferencia de ponernos al tanto de la manera más económica y eficaz posible, es decir, como si se hablara con un vecino del barrio o cuando las copas con los colegas. Así que ¡se carga, joder, y a otra cosa!

Y sé, estoy segura, de que la próxima generación de periodistas, poetas, novelistas y dramaturgos todavía irá un poquito más lejos y en lugar de escribir «se carga», sintagma ya anticuado para entonces, escribirá que lo que sea, pongamos el bachiller FINDE, «se fue a tomar por culo». Lástima grande que el Covid pueda llegar a impedirme gozar de tanta creatividad como, por fin, habrán logrado los ya mencionados pedagogos, psicólogos, sociólogos, psiquiatras, metafísicos, poetas, raperos y chistosos en general, defensores a ultranza de la creatividad que el aula y el profesor, como bien nos han enseñado, castran, y castran de por vida.

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