La caja de Pandora y el Turnitin

Con el caso Cifuentes se abrió una caja de Pandora que no atañe en absoluto al conflicto que llaman catalán, y catalán, con esa puntería ‘constitucionalista’ de anteponer el apellido materno al paterno, tampoco a las «bombas de láser de alta precisión» que les vendemos a Arabia Saudí para que puedan seguir matando con eficacia, ni siquiera al caso de la no retirada de la Reforma Laboral vigente, la Ley de la Memoria Histórica, la pensión de jubilación o la subida de impuestos a quienes pueden permitirse sobradamente ese lujo. En absoluto.

Fue la apertura de una caja de Pandora que jamás debieron abrir si no querían, y está claro que no, ¡pues menudo viacrucis les espera a muchos!, poner en tela de juicio -o énfasis en la falta de él- la educación española del parvulario al doctorado, último grado académico a alcanzar, como debería saberse, pero no se sabe. En el caso de la pública, desde hace casi tantos tantos años como tiene esta democracia o, mejor, nuestro sumiso demosgracias, racaneando y repartiendo momios y canonjías entre mediocres desvergonzados; en el de la privada, engrosando con lo que se le fue racaneando a la pública las arcas de la insaciable y siempre impune iglesia católica. De modo que, estas alturas del funeral, el producto de la una y de la otra se traduce en millones de españoles que se pasean con el culo al aire sin saberlo, aunque, en general, no se le dé mayor importancia -¡tampoco es para tanto, por Dios!-, a no ser que se trate de un significado representante político, un locuaz profesor titular universitario que adora chupar cámara, el representante de una empresa de radio y televisión similar a un puesto de pescado al por menor, un tertuliano diplomado en todo, un comecirios al servicio de una secta de las de alabar a cualquier dios de los que nos hacen exclamar ¡quegüén dios!, ¡quegüén dios!, ¡quegüén dios! antes de que se nos denuncie y enchirone.

Para ponerles las braguitas que exige el pudor y la decencia a cualquiera de todos estos es demasiado tarde, quien podría dudarlo, si la ignorancia bien alimentada produce una soberbia tan monstruosa como hilarante. Así que, que les vayan pasando el tan famoso programilla de software, el prestigioso Turnitin, aunque para qué, me digo, si basta con escucharlos y verlos durante cinco minutos para caer en el nivelazo, no ya de su tesina o de su tesis, sino de la redacción de la lista de la compra o de la apasionada carta dirigida a su amante.

Y por si no había bastantes sans-culottes intelectuales, parió la prensa, cualquier medio de incomunicación, y salió a la palestra el engendro a abundar en lo que también sabíamos, que una gran mayoría de periodistas son incapaces de distinguir un «sino» de un «si no», un «porque» de un «porqué» o de un «por que», un «debe de estar» al margen de toda duda, de un «debe estar» sin obligación -los dos últimos errorcillos, el del porque y el del debe, si no del todo achacables o jaleados por la RAE, con todas sus bendiciones marca España-, pero tan capacitados que se suponen para denunciar qué máster o qué doctorado del comicastro de turno se hizo, no se hizo, se regaló con un lazo azul cielo, se medio copió, se plagió, carece o va sobrado de citas y de referencias, de bibliografía aceptable o comme ci, comme ça, de exceso o de ausencia de comillas… Y es ahí donde se produce la más intensa relación social: la estulticia nata se cruza con la adquirida con esfuerzo, la más crasa de las ignorancias se codea con la desfachatez, la pedantería le sonríe a la desvergüenza y al delito, se saludan, se sonríen, se guiñan el ojo con complicidad, confundiendo alegremente unos y otros el quién con el qué y el ser con el estar.

Cuando quien anda meridianamente enterado de qué debe ser una tesis doctoral, un artículo científico o el máster de los amores de todos y lee cosas como esta: «El colmo del absurdo se alcanza cuando se acusa al presidente del Gobierno de «autoplagio» por usar parte de un artículo suyo publicado previamente junto con otro autor –¿se puede uno robar una idea a sí mismo?–», todo al margen de la intención de esas líneas por parte del director de un diario digital, probablemente se dirá para sus entresijos, allí donde esconde su más amado sueño de la adolescencia: ¿por qué no aprovechará el presidente para hacer un conmovedor discurso ciceroniano, y televisado, por favor, que incluya examen de conciencia, contrición de corazón y propósito de la enmienda sobre el estado de la educación en un país en el que, incluso durante la dictadura y mal que nos pese, había profesores, institutos y universidades públicas que le daban sopas con honda a lo actual, entendiendo por actual el resultado agónico de un largo proceso de degradación educativa que quizá comenzó a finales de los ochenta y que condujo a todas estas desfeitas que estamos viendo con lágrimas en los ojos, el copieteo, el refrito, el plagio, el encargo al negro, la estafa, todo ello pecatta minuta dentro del inabarcable y abrasador desierto educativo, como tiene que saber por fuerza cualquier genuino profesor de los que vayan quedando, si es que quedan? ¡Ay de ellos!

En otro de los artículos sobre el mismo asunto, el Diario de Escolar aún abundaba: «En el mundo académico, los expertos señalan que la utilización de material propio es normal (?) y en ningún caso puede considerarse plagio, aunque (?) recomiendan citarse (?) aunque (?) sea a uno mismo. El entorno del presidente (?) califica como «absurda» esta acusación (!)» (los interrogantes y los pasmos anteriores, todo mío). Ganas de marear la perdiz, caso de que hubiera perdiz, porque la autocita no es buena ni mala, existe; así que, en efecto, se cita el artículo o lo que sea menester, se fecha la publicación y demás y listo. Pero hacer un corta pega de textos de uno mismo para engrosar el trabajo es más propio de un alumno de 4º de la ESO o de 1º de Bachiller que sabe que su profesor es un redomado vago, y conste que los hay para dar y tomar.

¿Y qué me dicen, pues, del asunto de validar y valorar una tesis doctoral un comparador informático, un programilla de software ad hoc, una especie de oráculo de Delfos? Pues dicen que todo el mundo está jugando a lo mismo y que incluso se han abandonado vicios inconfesables para dedicarse a ello con fruición.

Hasta un reputado catedrático de Derecho Constitucional, Javier Pérez Royo, escribía en su último artículo, «Tesis, másteres y doctorandos»: «La ceremonia de la confusión que se ha puesto en circulación no resiste el más mínimo análisis. Pero en estos tiempos de posverdad trumpista nunca se sabe el recorrido que puede acabar teniendo». Ciertísimo, que es por lo que ya hace tiempo que no dejo escapar ninguno de sus escritos. Pero justo por eso quizá me dio tanta rabia que hubiera olvidado el profesor mencionar a Carmen Montón o que haya escrito sobre el doctorado de Sánchez: «Es una tesis más de las miles que se leen en la universidad española». Qué lamentables errores está provocando la prensa en quienes la leemos diariamente, ¿verdad? Porque sabemos que miles es masculino y que, por lo mismo, el artículo que lo precede debe concordar con él, los miles, nunca las miles, pero, como leemos prácticamente todos los días y en todo medio, por ejemplo, «las miles de personas», pasa lo que pasa. ¿Será tan difícil licenciar a periodistas con el nivel ortográfico, léxico y sintáctico de un, pongamos, bachiller elemental de los años cincuenta, sesenta, setenta?

Bernardo Vergara, viñetista de eldiario.es, debe de ser de los pocos que entendió perfecto de qué no estamos hablando pero convendría hablar. Y es que ya solo los viñetistas, o los historietistas como los llama Vergara, hombre que parece no ser licenciado o doctor, escriben editoriales. ¿Qué títulos académicos tendrá Vergara? Ni idea, pero dormiría más tranquila con un hombre como él al frente del gobierno.

Debajo, una tesis doctoral como una casa que nos coge por las solapas y nos vapulea para iluminarnos definitivamente. ¿Le ha pasado alguien el Turnitin a los Diez Mandamientos? ¿Y qué? Vaya, hombre, qué listo, pero yo me refiero a su originalidad y valía en la fecha en la que Moisés mostró sus tablas más ancho que Casado sus lo que sea que haya sido.

En este país, la educación es una asignatura pendiente desde que fue fundado, con la particularidad de que debe de ser la más importante de todas las asignaturas de las que se tenga noticia. ¿O no?

La Biblia 2.0

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