Necrológica verbal.

 
El verbo «oír» ha expirado definitivamente. Ignoro qué enfermedad exacta lo llevó a la tumba, pero qué importa si el caso es que feneció. R.I.P. Sin embargo, pese a la transcendencia de esta desaparición, que sepa, solo Javier Marías, y no hace ni un par de semanas, dio la voz de alarma en su artículo «¡Oigan!», artículo que, a todos luces, llegó muy tarde, porque ya nadie podía oírlo, con lo que desesperados y aun desgarrados interrogantes como «Oiga, ¿me permite una pregunta?», «Oye tú, ¿qué te crees?» y otros que obvio quedaron vagando por El País Semanal sin respuesta, que fue precisamente cuando me dije: ¡Ojo, esto es muy gordo, podrás leerlo, pero ya no oírlo!

Solo recordar cómo fui viviendo el proceso de la enfermedad, la gradual desaparición de la vida pública, la muerte civil, por así decirlo, del ancestral audīre, actual «oír», me inquieto, vuelvo a sentir escalofríos, se me eriza el sistema neurovegetativo, se me revuelve el estómago, me angustio y me dan ganas de gritar pidiendo colaboración académica y aun popular, pero para qué, me vuelvo a decir, si ahí quedó el pobre Marías desatendido, desasistido, desairado, abandonado, solo, y pese a su pertenencia a la mismísima Real Academia Española de la Lengua.

Haciendo de tripas corazón, intentaré resumir muy por encima cómo viví la tragedia, tratando de ser rápida en la introducción para ir al nudo, y ya que les he adelantado el desenlace, a la decisión que tomé en relación a un asunto que, se mire como se mire, es más que grave. La cosa ocurrió como cuando empiezan a manifestarse los primeros síntomas de cualquier enfermedad, una tos seca, una febrícula esporádica que empieza a hacerse menos esporádica, un molesto picor, una extraña desazón, un malestar general… Al principio, cuando alguien me daba el cambiazo, es decir, el ya instalado a sus anchas «escuchar» por «oír», le restaba importancia: que si habrá sido un lapsus, un descuido, que si ya sabes lo mal que le fue siempre a la escuela en este país, que si estás harta de saber que si en los grises y silenciosos tiempos de la Dictadura apenas se leía -qué decir, si de substancia-, se habrá abandonado ya tan improductivo hábito por más que sobradamente preparada nuestra juventud, por una parte, y por la otra, por el intenso laborar sus padres para satisfacer créditos bancarios pendientes con los que se abonaron doctorados y másteres, que si ya verás cómo esto es una moda pasajera…

Sin embargo, un día de tantos, escuchando la SER, me dije: Vaya, llevo sobre un par de horas con los auriculares puestos y diría que estos presentadores no utilizaron una sola vez el verbo «oír» en intervenciones en las que pareciera de cajón haberlo oído. A saber: «A ver, Lucía, no la escuchamos bien, intente moverse a ver si mejora la cobertura… Muy bien, ahora se la escucha perfectamente»… «Disculpe, José, pero estamos escuchando un ruidillo al fondo que interfiere la… Ha apagado la radio como le indiqué, ¿verdad? Ah, pues apáguela, o no podremos escucharlo»… «Fulano, por favor, a ver si logras mejorar la comunicación porque me estoy escuchando el eco». Infinidad de mensajes como los transcritos. Así que, me armé de paciencia y llamé a la emisora. Respondieron enseguida y logré exponer el caso poco después a quien dijo ser la persona indicada. Su respuesta inicial y el breve diálogo que le sucedió fue más o menos el que sigue:

-Pues es que viene a ser lo mismo, ¿sabe?

-¿Cómo que viene a ser lo mismo?

Entonces tuve el arrojo de explicarle a aquella amable señorita las sutiles diferencias entre «oír» y «escuchar». ¿Sutiles? En fin, no importa porque de poco sirvió.

-Bueno, pues eso, escuchar, oír… Qué mas da, es lo mismo.

-Perdone, pero no, no es lo mismo, acabo de explicárselo y de ponerle algún ejemplo.

-Pues no lo veo…

-Bueno, pues si no lo ve, como de nada valdría que volviera a los ejemplos y a las diferencias entre uno y otro verbo, se me ocurre una idea: coja cualquier diccionario a mano, busque «oír» y después «escuchar», o a la inversa, y ya verá cómo…

-¡Buf..! ¡Hasta ahí podíamos llegar, señora! A usted, ¿no se le ha ocurrido pensar que, precisamente por mi profesión, estoy harta de consultar diccionarios de castellano y de muchas otras lenguas que no son castellano, eh?

Cerré la boca y, tras un pequeño silencio de los muy míos cuando las clases en el Instituto, el de la espera del santo advenimiento de un hermoso rayo de luz a aquel cerebro, visto que seguía tan apagado como al principio, finalicé la distendida conversación telefónica.

-Entiendo. Pues nada, la dejo, porque, además la escucho fatal, como si el teléfono desde el que me habla estuviera en Madrid y usted me hablara desde las afueras de Pyongyang. Buenas noches.

Y colgué. ¡Iba a decirme a mí una coreana, por Dios, y una coreana comunista, encima, si había o no había diferencia entre «oír» y «escuchar»!

Pero ese solo fue el comienzo del final porque, meses después, ya estaba absolutamente segura de que todas las cadenas de radio de este país, muchos programas de televisión, periodistas incluso en la prensa escrita, un inmenso porcentaje de ciudadanos -¡luego dirán que no aprendemos!-, diríase que con un oído en perfectas condiciones, habían desterrado definitivamente de su vocabulario un verbo con todo el aspecto de resultar imprescindible. Pregúntese, paciente lector, nos conviene, por qué, así, por las buenas, exterminaron algo en apariencia tan inocente y sencillo, que lo utilizaba del más pequeñín de la casa al mismísimo abuelo, cuando nos gritaba que no era que no oyera nuestra advertencia, sino que no le daba la gana de hacernos caso, ni siquiera de escucharnos.

¿Tal vez órdenes emanadas directamente del gobierno, el Frente Amplio Azul Cielo? Tengo para mí que no, que esto es cosa de los piojosos descamisados de Podemos, de quienes se podrá esperar cualquier cosa, si Irán o Corea del Norte, considerando la complejidad y dificultad de unas lenguas que mal podrán distinguir entre «oír» y «escuchar», o mismo Venezuela, donde Maduro habrá ordenado en las escuelas a saber qué fárrago en lugar de castellano, les ordenaron confundirnos con una nueva Babel.

Van listos en lo que me concierne, porque así disponga quien sea un procedimiento sumarísimo contra mi pienso seguir manteniendo, incluso públicamente, que «escuchar», digan lo que digan los medios, muy en especial la SER, todos ellos al servicio de a saber qué obscuros poderes, no es lo mismo que «oír», pero ni siquiera un sencillo sinónimo de andar por casa. Y, si me apuran o me presionan, les abandono el castellano en un pispás y me paso a otra lengua española, al gallego, por ejemplo, por especial apego y lealtad, lengua que sigue distinguiendo perfecto entre «ouvir» y «escoitar», al catalán, por simpatía y por proximidad, otra en la que, como en gallego, «sentir» es una cosa y «escoltar», muy otra, o en último extremo, como bien apunta Marías, al inglés, con su «to hear», «to listen», respectivamente. Que no vayan a creerse estos de Podemos que podrán obligar a comulgar con sus marrullerías entre populacheras y marxistas, incluidas las lingüísticas, a una mujer que está como un par de generaciones a la izquierda de su rancio y pueril izquierdismo de pacotilla.

7 comentarios en “Necrológica verbal.

  1. No había reparado en el fenómeno pero, ahora que te leo, pues sí, tienes razón en ese absuso del escuchar en frases donde lo que procede es el oír. Sí me llamó la atención hace ya bastante tiempo una locutora de RNE que se refiere a sus oyentes como escuchantes. Ahora compruebo que la palabra está en el diccionario (también escuchador, por cierto). En su momento pensé que al usar este término poco habitual esa señora pretendía recalcar la actitud consciente, atenta de sus oyentes, algo así como elevarles de categoría: no eran simplemente oyentes sino escuchantes. A lo mejor algo de eso hay en los ánimos de quienes desprecian el verbo oír y quieren sustituirlo por escuchar. A lo mejor, dentro de poco, se cambiará el ver por visionar o visualizar. En fin, mejorando el idioma, ya ves …

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    1. Con lo fácil que sería, Miroslav, que los contenidos -que también se va diciendo- de los programas de radio o de televisión fueran tan atractivos, que no hiciera falta engañar a nadie: oyentes que escuchan con atención y que logran oír cosas que, además de entretener, instruyen, educan y aun despiertan. Pero qué decirte a ti que, además de amar la lengua, la cuidas, sin duda porque estás harto de saber que la otra cara de la moneda de lo que dices es cómo lo dices, con el resultado que es tu blog, por ejemplo, sin ir más lejos.

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  2. No se que tiene que ver entender con Podemos. a no ser que Ud. crea que los que entienden son de Podemos y todos los de Ppodemos entienden. Y el que quiera entender que entienda, que cada uno es muy libre de hacer con su cuerpo lo que quiera. Y un poco mas de respeto por lo que piensan los demás. Pero ateniéndome a lo que atañe al artículo, sí, hay que poner una placa de defunción al verbo oír, que no recuerdo cunado a sido la ultima vez que lo que oído o visto en los medio de comunicación.

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    1. Que sepa, ni Podemos, ni Pyongyang, ni Venezuela, ni tan siquiera Maduro, tienen absolutamente nada que ver con confundir «escuchar» con «oír» y viceversa. Y con su cuerpo, su alma y su entendimiento hagan usted y los demás lo que buenamente Dios les dé a entender, que seguirán gozando de todos mis respetos. Eso sí, parece que se le escapó que este texto es humorístico, y el humorismo tiene eso, que lo entiende quien lo entiende, casi siempre habas contadas, pero no por eso vamos a reñir usted y yo, ¿verdad? No merece la pena, créame.

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  3. Buenas tardes, Luisa.
    En Argentina no recuerdo que se haya usado a gran escala (soy del 94) «oír», verbo que el argentino medio considera más propio de los doblajes.
    Sólo recuerdo a dos personas que emplean el verbo «oír» cotidianamente, pero igual de bien que la inmensa mayoría de la hispanidad utiliza indiscriminadamente «escuchar»: una docente de Plástica del primario —que al indicarme «Oíme, Fernando» me hubiera allanado el camino, de caerme mal, a hacer oídos sordos a lo que me decía— y un amigo de mi padre propenso a gritar a cualquiera «Oíme, boludo» que, lo mismo, habilitaría a «no darle bola».
    ¿Obedecerá la circunscripción de todo procesamiento de audio por parte del ser humano al verbo «escuchar» a la hipocresía de este siglo en que importan más las formas que los contenidos?

    La diferencia semántica de ambos verbos que plantea este artículo es obvia, pero en estos tiempos donde todo da igual esta entrada se vuelve asaz necesaria. Si de ir casi sola contra la corriente se trata, te comprendo perfectamente cuando pienso en mi lucha infructuosa contra la gente que se resigna al reemplazo que hace word de las comillas rectas por las “inglesas” en vez de nuestras «angulares», con el argumento caradura por parte de Microsoft de que, si bien la RAE prescribe el uso primario de las comillas angulares, por el amplio uso de las inglesas en materiales impresos en español los productos de esta empresa emplean las inglesas; la caradurez radica en que gran parte del material impreso se genera en Word, procesador de texto en que el hecho de que esta sustitución incorrecta se realice de forma predeterminada desde hace por lo menos veinte años no es sino imputable a ellos, máxime cuando en francés sí sustituyen correctamente por comillas angulares.

    Pero nada, ya me extendí demasiado en digresiones. Simplemente, resumo con que hiciste un buen artículo que, por desgracia, es necesario.

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    1. ¿Eres del 94, Fernando? ¿Veintitrés añitos, criatura, quizá aún ni siquiera cumplidos? ¡Señor, Señor, me parece que mis respuestas a tus intervenciones en cierto foro de la lengua constituyen un auténtico infanticidio! 🙂 Tienes que perdonarme, inténtalo al menos.

      Y sí, no corren buenos tiempos para casi nada, así que, no hay más remedio que vivir de continuo en las trincheras. A ver si entre unos y otros empujamos para que el mundo recupere la razón, el sentido común y, de poder ser, hasta el respeto a ese prójimo que, frente a los más, se niega a tragar la bazofia que ellos tragan, y lo que es peor, diciendo que sabe a gloria y que debes participar del ágape como todos.

      Un abrazo, guerrillero.

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      1. Qué más dan, Luisa, las respuestas mordaces. Un profesor de Judo insistía con corregirnos algún movimiento erróneo al principio del entrenamiento de una técnica, porque sostenía con razón que si mecanizamos un desastre después es difícil de sacárnoslo. Creo que eso se aplica perfectamente a muchos —si no todos— los ámbitos de la vida.
        En lo atinente al idioma, aprecio sobremanera que pongas de manifiesto sin demasiados reparos lo que yo vivo pensando —y diciendo, por más que da igual—: «la gente —excluidos aquellos que no seremos perfectos mas por lo menos nos preocupamos— no sabe escribir y no entiende lo que lee».

        ¡Un saludo y a seguir resistiendo como buenamente podamos!

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